Actitudes básicas para una nueva evangelización


Actitudes básicas para una nueva evangelización que no puede esperar

Concluyó el Sínodo de la Nueva Evangelización. ECCLESIA  publica hoy íntegros su mensaje final (páginas 28 a 35) y la homilía del Papa en la misa en la misa de clausura (páginas 36 y 37), amén de otros materiales documentales e informativos. Esta XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los obispos –el Sínodo veinticinco tras el Concilio Vaticano II, que reinstauró este ejercicio de colegialidad, comunión y misión- ha sido el más numeroso  en participantes de la historia y probablemente también el más ambicioso, siquiera por su índole de totalidad y de globalidad y por su carácter de universalidad y catolicidad. Y es que, como decíamos en nuestro editorial de hace tres semanas y como ha recordado el Papa,  la nueva evangelización concierne a toda la Iglesia y en ella están englobadas las tres dimensiones y destinatarios de la tarea evangelizadora: los cercanos, la missio ad gentes y los alejados.

         Sin miedos, sin pesimismos, sin catastrofismos y sin triunfalismo, el Sínodo, “cum Petro et sub Petro”, ha urgido a toda la comunidad a la nueva evangelización.  En su mensaje final, que destila y rezuma Vaticano II y singularmente Gaudium et spes por sus cuatro costados, los padres sinodales nos interpelan a que, como hizo el Señor con la mujer samaritana,  también nosotros nos sentemos en los “nuevos” y “viejos” pozos de Sicar junto a los hombres y mujeres de nuestro tiempo para proponer en sus vidas el agua siempre nueva y sanadora de Jesucristo. La primera actitud eclesial que debe acompañar, pues, la nueva evangelización es, por parte de los evangelizadores, salir al encuentro de la humanidad y hacerlo –con palabras de Benedicto XVI en la homilía de la misa de clausura del Sínodo- “con una actitud de diálogo y de amistad que tiene como fundamento a Dios que es Amor”. La Iglesia está llamada, de este modo, a construir “comunidades acogedoras”, a ser Iglesia cercana, humilde, fiel, samaritana y misionera.
         Esta primera actitud, para que dé fruto y sea creíble, debe ir precedida y acompañada asimismo de un renovado compromiso de “autoevangelización”, de –con palabras del mensaje sinodal- de “evangelizarnos a nosotros mismos y disponernos a la conversión”. Porque “cada uno debe dar un testimonio insustituible para que el Evangelio pueda cruzarse con la existencia de tantas personas” y ello demanda la búsqueda  constante y exigente de la santidad de vida. Nada más contraproducente y contraindicado para la nueva evangelización que la vivencia de un cristianismo cansado, aburrido, desnaturalizado, circunstancial, acomodado y acomodaticio.
         En tercer lugar, la nueva evangelización habrá de insistir, por y con todos los medios posibles –los de siempre y las nuevas experiencias e iniciativas pastorales como las JMJ, los EMF, el Atrio de los Gentiles, misiones ciudadanas y tantas otras- en la necesidad del encuentro personal con Jesucristo y en su Iglesia. “La obra de la nueva evangelización –dice el mensaje sinodal- consiste en proponer de nuevo al corazón y a la mente, no pocas veces distraídos y confusos, de los hombres y mujeres de nuestro tiempo y, sobre todo a nosotros mismos, la belleza y la novedad perenne del encuentro con Cristo”. Un encuentro que solo puede darse  -repitamos- en su Iglesia.
         La nueva evangelización igualmente ha de ser consciente de que “no se trata de inventar nuevas estrategias, casi como si el Evangelio fuera un producto a poner en el mercado de las religiones, sino de descubrir los modos mediante los cuales” fue ayer  y sigue siendo hoy posible el encuentro transformador y transformante con Jesucristo.
         El camino de la nueva evangelización es, sí, y como subrayó gráficamente Benedicto XVI en la misa de apertura del Año de la Fe, el 11 de octubre pasado, en pleno Sínodo, ruta en el desierto. Pero el desierto es mucho más que aridez, esfuerzo, dureza y sacrificio. “En el desierto se descubre el valor –señaló el Papa- de aquello que es esencial para vivir”. “En el desierto –han escrito los padres sinodales-, como la mujer samaritana, se va en busca del agua y de un pozo donde sacarla”.
Y este desierto, que tantas veces parece ser la tierra de esta nueva misión, hay que recorrerlo llevando con nosotros lo esencial: “la cercanía de Jesús, la verdad de su Palabra, el pan eucarístico que nos alimenta, la fraternidad de la comunión eclesial y el impulso de la caridad” y el ardor misionero.

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