Cuando la programación es más importante que la Gracia

Traigo para la reflexión algunos párrafos de la entrevista que el nuevo Patriarca de Venecia, Mons. Francesco Moraglia, ha concedido a la revista 30Giorni. Mons Moraglia nos habla de la fe y de su entronque en la vida cotidiana actual. La traducción la he tomado del estupendo blog La buhardilla de Jerónimo. 







El primer párrafo hace referencia a las fuentes de la Fe: 
La Iglesia, el Papa, los fieles, como también los teólogos, no están en el origen del acto de fe y de la vida del creyente. Por eso debemos prestar atención a nuestro modo de hablar. En el ámbito humano y eclesial, el lenguaje reviste una importancia fundamental. Ahora bien, hablar de la Iglesia sólo o principalmente en términos de programación, como también reducir la evangelización a una cuestión de lenguaje, lleva inevitablemente a pensar que, finalmente, son los hombres los que están al comienzo de la fe. Así todo es reducido a una operación humana. Pero esto es la transposición, en términos pastorales, del pensamiento de Pelagio; en mi opinión, hoy, más que nunca, debe resonar el nombre de Agustín, a cuya escuela todos, pastores y fieles, debemos volver. 
Mons Moraglia señala uno de los sesgos más comunes en la Iglesia contemporánea: la programación. La Fe es un don de Dios que se intenta programar a base de acciones, cursos, actividades, etc, sin darnos cuenta que ponemos la esperanza en estas acciones y no en lo fundamental: La Gracia de Dios. Indudablemente, nuestras esperanzas se ven continuamente defraudadas. Es muy interesante la referencia a San Agustín que realiza Mons Moraglia. San Agustín, el Doctor de la Gracia, defendió la Fe de las posturas activistas que proponía su coetáneo Pelagio
No podemos reducir la Fe a la operación humana y olvidarnos que hay dos factores de orden superior: la libertad de cada persona y la Voluntad de Dios. El primer factor es intrínseco a la dignidad de la persona, por lo que es necesario aceptar que las herramientas que desarrollemos no tienen por qué llevarnos a inculcar la Fe en quien no lo desea. El segundo factor es determinante. Si nuestras acciones no se ajustan a la Voluntad de Dios, nada podremos sacar de ellas. 
Desde esta perspectiva es interesante entender que la Fe no se aprende o se inculca, sino que se acepta libremente y se vive: 
La fe se mantiene sencillamente viviéndola en lo cotidiano en compañía de la Iglesia; día tras día, por lo tanto, se nutre y crece perteneciendo al mundo de la fe y renovando cada día la opción de la fe. En otras palabras, dejándose llevar por la fe y recordando que – en lo concreto de la vida – al final, para el cristiano, todo es don. 
Uno de los problemas que conlleva la programación estructuralista de los itinerarios de formación o de evangelización es el alejamiento de la Fe de la vida cotidiana. La Fe se debe vivir en cada minuto de nuestra existencia y no algo que tiene su espacio temporal y geográfico definido de antemano. Existen elementos esenciales, como la oración, que quedan en segundo plano frente a las actividades sociales y lúdicas que programamos. De igual forma, se tiende a minimalizar la figura de Cristo, para hacerla más asequible, más a nuestro nivel. Esto conlleva un descuido del significado del bautismo y de la vida que el cristiano debería llevar tras ser bautizado. 
… se descuidan los fundamentos de la vida bautismal. Esto es todavía más grave si pensamos que el lenguaje es la máxima forma expresiva de la cultura de una persona: en cierta catequesis, por ejemplo, se ha pasado de la confesión de Jesús salvador, a Jesús entendido como maestro, luego amigo, finalmente como fuerza espiritual. Pero si la fe, que en la vida de la persona y de la Iglesia es esencialmente don y realización, es disminuida a esta dimensión, y todo tiende a ser programación pastoral y construcción humana, deteniendo al Espíritu en opciones organizativas, entonces también la salvación se convierte en un hecho de pura proyección teológica y organización pastoral. Los ejemplos se pueden multiplicar, aquí me limito a indicar uno del ámbito celebrativo litúrgico: el hiper-activismo creativo y un cierto protagonismo frente a la asamblea. 
Mons Moraglia vuelve a reseñar un aspecto importantísimo de nuestro entendimiento de la Fe y de la Iglesia: el lenguaje. Si el lenguaje estrecha y limita los conceptos que comunicamos, el entendimiento se estrecha en la misma proporción. Si para comunicar el Misterio lo reducimos a lo que tenemos a mano, perdemos toda la profundidad que se esconde detrás. Reducir a Cristo a un amigo “chachi” y la misa a una “fiesta” puede ser aparentemente atractivo, pero este reduccionismo termina por desvirtuar nuestro entendimiento. 
Hace tiempo comentaba a una persona lo maravilloso que es leer los sermones de San Agustín. Esta persona me decía que esas cosas son para eruditos que saben de teología y filosofía. Le contestaba que esos sermones los predicaba a las personas de pueblo cristiano normal de Hipona o Cartago en el siglo V. No creo que sean tan imposibles de comprender para una persona formada del siglo XXI. Pero el problema está en que las personas que escuchaban a San Agustín hace 16 siglos habían pasado por una formación pre bautismal que les hacia posible entender mucho más profundamente las Sagradas Escrituras. ¿Cómo puede ser que en el siglo V se formara mejor a los cristianos sin los medios, organización y programación que tenemos en la actualidad? Nuestros hijos tienen una asignatura de religión desde primaria, catequesis pre sacramentales, post sacramentales grupos jóvenes, actividades en las parroquias, etc. Algo falla y en gran medida el error está en confiar en las herramientas y olvidar a Dios en un puesto secundario de responsable subsidiario de nuestras acciones. Confiamos más en las herramientas que en la vida cotidiana de Fe y en la oración. Confiamos más en las herramientas que en la integración de las familias en la vida parroquial o comunitaria.
Alguna persona pensará que estoy en contra de estar organizados y tener una planificación. Nada más lejos de mi intención. Llevando el simil al arte de esculpir, las herramientas son imprescindibles para crear una estatua, pero sin el artista, las herramientas no sirven para nada. 
La fe es respuesta a una persona – a la persona de Jesucristo -; entonces los discursos, las conferencias, los congresos, por sí solos son todavía insuficientes frente a la realidad humano-divina de la fe. Serían suficientes si la fe se colocase, únicamente, en el plano humano, si fuese una simple opción ética o una tesis filosófica. La fe, en cambio, pide ser acogida y vivida en su realidad sacramental, es decir, realidad humana y divina. Estoy convencido, luego, por dar un ejemplo, de que una más intensa participación y cuidada educación a la celebración litúrgica, por parte del pueblo de Dios – pastores y fieles -, en vistas de una renovada vida de caridad hacia Dios y el prójimo, es una propuesta oportuna, un correcto punto de partida, en vista del Año de la Fe. Se trata, lo repito, de involucrar a toda la comunidad eclesial en el evento de la Pascua – muerte/resurrección – de Cristo; de este modo somos conducidos al centro del evento salvífico que sólo puede ser acogido en la fe; el corazón del acto eucarístico se caracteriza, de hecho, como mysterium fidei.

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