Passio i mort de Jesús




Si comparásemos lo sucesivos días del Triduo Pascual, con los también sucesivos actos de una especie de drama, hoy estaríamos ante el segundo de estos actos. Precisamente aquel en el que amor y desamor se enfrentan, pero no en tanto acto de injusticia por parte del mundo para con el Hijo de Dios o acto cruento donde la ignominia de los hombres para con Dios es saldada con la muerte del inocente Jesús, sino en cuanto acto subversivo. Hoy un hombre es asesinado como consecuencia de sus opciones vitales.

En efecto, el recuerdo de este día, de este acto, debe suponernos hacer memoria de un hecho subversivo, pues si bien la Pascua a la que nos encaminamos, aviva en nosotros una esperanza ilimitada en la fidelidad de Dios para con el Justo Sufriente, no debemos olvidar que la raíz de dicha esperanza es una cruz -suplicio de esclavos, vergüenza, escándalo, fracaso- manchada de sangre.

Hoy, ante nuestro recuerdo se hace presente un hombre crucificado, es decir, asesinado. Asesinado por las fuerzas del orden. A Jesús lo liquidaron las autoridades religiosas y civiles después de conseguir el apoyo de un pueblo engañado. Detrás de nuestro recuerdo, hay un plan perfectamente orquestado, donde un hombre incómodo, pero inocente, es sacado fuera de la ciudad para allí ser ajusticiado como cualquier bandido de entonces.

No estamos ante el cumplimiento de la voluntad divina, tampoco ante el último gesto de un Dios mago que al saber exactamente cómo será el final de la historia, se sube al leño de la cruz. Creer eso sería menoscabar la humanidad del Hijo de Dios y caricaturizar torpemente la acción de Dios sobre el mundo y sobre el hombre. Sin embargo, es la visión que se nos ha inculcado, la visión que ha querido quedarse en la sangre del Viernes Santo, cuando no es la sangre lo que salva, sino la vida vivida por el que ahora ofrece su sangre. Ya va siendo hora que nos deshagamos de esta pésima teología de la cruz con que tantas espiritualidades se regodean.

En la cruz estamos llamados a contemplar los gestos de un Dios que vive solidariamente las injusticias que sobrelleva el hombre. La cruz no es designio de Dios para con el que se reconoce su Hijo: Jesús. No es tampoco un instrumento por el cual haya que pasar para que después se nos premie, pensar esto sería menoscabar al Dios de la Misericordia, sería hacerlo tal cual nosotros: egoístas, calculadores y caprichosos.

Pero tampoco decimos esto desde la simple ideologización, lo decimos a partir de la luz de la Pascua, a partir de la luz de la fe. Luz que viene a avivar en nosotros la esperanza cierta e ilimitada de la vida plena; luz desde la que escribe Juan Evangelista. Por eso en su relato, Jesús aparece como la figura rectora del drama. Pero precisamente que esto sea así, es lo que nos tiene que hacer reparar en que son la vida subversiva y el asesinato de Jesús la raíz de nuestra esperanza. Una vida subversiva y un asesinato que tienen sentido porque han sido asumidos desde el Amor: por lo tanto lo que salva es el Amor.

El asesinato de Jesús no fue un hecho aislado, sino consecuencia y síntesis de su vida. Una vida para los demás… amando, gritando libertad, vaciándose a sí mismo, haciéndose pobre para que otros -nosotros- fuesen y fuésemos ricos, quebrantando el sábado y la ley -ritos, costumbres, nuestro “siempre se hizo así”, pensamientos... cuando lo exigía el amor, aún a riesgo del escándalo, siendo el último para que los últimos fuesen los primeros, creyendo en el Padre hasta el límite de la esperanza y de la muerte, teniendo miedo y siguiendo adelante.

Todo esto expresa algo de lo que fue Jesús, de lo que sintió la Iglesia primitiva, la de sus amigos, desde la fe... de ellos son las ideas y expresiones que los textos recogen. Ahora, semejante capacidad de entrega de parte del Hombre-Amor sólo puede merecer una cosa, la cruz, pero en nuestro deicidio, en nuestro matar a Dios, Dios sigue creyendo en que vale la pena entregarse y por eso, desde este convencimiento, se sigue entregando -anoche lo recordábamos en su entrega servicial y eucarística- para que nosotros recobremos el sentido de la fe y la valentía para vivir dicha fe.

Si nos volvemos a refugiar infantilmente en el culto de la sangre ritual de chivos y machos cabríos caeremos en la actitud de los que hoy han pedido la muerte de Jesús. La cruz de Jesús será por nosotros verdaderamente venerada cuando nos animemos como cristianos -sus amigos de hoy- a vivir la vida subversiva del amor, la entrega, el servicio, el diálogo, la corresponsabilidad, la madurez humana en todas sus dimensiones: intelectual, afectiva, espiritual... todo ello a riesgo de que quieran quitarnos la vida...

Que nuestro contemplar hoy la cruz nos interpele, nos desafíe, nos interrogue, casi, casi, que nos vuelva a escandalizar...

SERGIO LÓPEZ                  

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